<< -¿Y ahora que pasa, eh?
Estábamos yo, Vuestro Humilde Narrador, y mis tres drugos, es decir, Len, Rick y Toro, llamado Toro porque tenía un cuello bolche t una golosa realmente gronca que eran como las de un toro bolche bramando auuuuuuh. Estábamos sentador en el bar lácteo Korova, exprimiéndonos los radufoques y decidiendo qué podríamos hacer esa bastarda noche de invieno, oscura, helada, aunque seca. Había muchos chelovecos puestos en órbita con leche y velocet, synthemesco y drencrom, y otras veches que te llevaban lejos, muy lejos de este infame mundo real a la tierra donde videabas a Bogo y el Coro Celestial de Ángeles y Santos en su sabogo izquierdo, mientras chorros de luces te estallaban en el mosco. Estábamos piteando la vieja leche con cuchillos, como decíamos, que te avivaba y preparaba para una piojosa una-menos-veinte, pero ya os he contado todo esto.
Íbamos vestidos a la última moda, que en esos tiempos era un par de pantalones muy anchos y holgados y reluciente chaleco negro de piel sobre una camisa con el cuello desabrochado y una especie de pañuelo metido dentro. En esos tiempos también estaba de moda pasarse la britba por la golocá y rasurar la mayor parte, dejando pelo solo a los lados. Pero siempre era lo mismo para nuestras viejas nogas, unas grandes botas bolches, realmente espantosas, para patear litsos.
-¿Y ahora qué pasa, eh? >>
Capítulo 21. La Naranja Mecánica, Anthony Burgess.
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